viernes, 24 de julio de 2009

EL zorzal y los cíclopes

Dado que no existe el punto medio, producto de no se qué azar, pido el auxilio de los excesos y éstos llegan en mi auxilio: ¡Oh lastimosa y pesada carga!, lastre de las larvas y abrigo de los harapos: te digo que lloro porque no sé dónde florecen las higueras, lloro porque cada momento es un segundo menos hacia las mejillas dormidas de la mujer que entona canciones en los laberintos, pues el ahora está en ruinas; todo parece así, todo perece así, y lloro porque las Parcas se enredan en sus propios hilos y aprieto mis dientes por lo ácidas que están las tumbas de esta gigantesca necrópolis.

Un zorzal que canta por las mañanas esconde en su pecho una verdad que silva sólo a otro zorzal, lo sé pues lo he intuido: la verdad se la obsequió, junto a las mañanas, Apolo-Febo. Cuando el flechador fue sorprendido por el zorzal tejiendo una red de oro para enredar las montañas y así, con su luz, poblar un nuevo continente más allá del este; y vi al zorzal sin la preocupación de cazar pues conocía la palma eterna de Febo.

De vereda en vereda, suburbio en suburbio; por las planicies de nuestra cobardía se mezclan los escondites y se enrojece nuestra sociabilidad.

Así es porque lloro o lloro por que es así, el mundo es el del tamaño de nuestras perspectivas y el cielo lo es de nuestras fobias.

Los cielos son producto de la imaginación. Pero no de la nuestra seguramente. No, debe ser de algunos sujetos que realmente se imaginen por sobre todo. Los Cíclopes, por ejemplo.
Ellos rasgan con sus duros dedos las heridas en el cielo y hacen brotar los colores desde las heridas que le producen: violeta, azul, amarillo y rojo. Son todos colores producidos por sus fecundas mentes. Su perspectiva ciclópea les arrebata de los cánones estéticos humanos: rasguñan el cielo, fracturan sus columnas y desde ahí crecen las enredaderas Babilónicas, los muros de Tiwanaku, las Fortalezas de Baalbek, escupen sobre los hombres, hacen crecer el Árbol, de sus palmas nacen los relámpagos y los truenos son el estornudo de sus espíritus que claman ahora por sus palacios terrestres.